XC – I would do anything for Loaf, Meat Loaf.
Meat Loaf en tres movimientos; en tres movimientos de mi vida, se entiende.
Primer movimiento: cintas de “varios”.
El primer movimiento data de allá por el año 88 o 89. Fue la primera vez que topé con una canción del bueno de mi tocayo, Michael, aka Meat Loaf. La primera, sin que yo supiera o acertara a preguntarme siquiera quién era el andoba que cantaba eso de I Would do Anything for Love, con tanta marcha, con ese torrente de voz y esa melodía tan pegadiza, y tan larga, al menos a mis oídos infantil ochenteros.
La canción es una barbaridad. La he escuchado y la llevo escuchando desde que apareció en una cinta de “varios” de mis hermanas. Una de esas que acababan habitando el coche familiar de forma permanente, junto con otros tres o cuatro básicos de flamenco y sevillanas (nunca faltó una de El Pali), una de Leonard Cohen (The Future, por allí seguirá) y la correspondiente (y odiosa cinta para todo el universo, menos para ROC) de José Luis Perales (“qué canten los niños, qué alcen la voz, qué hagan al mundo potar). ¿Por qué las cintas del coche no se renovaban nunca, nunca jamás? Grandes misterios de la humanidad, pero entre la de éxitos rock de los sesenta, con el güisquicheli y su puta madre, el flamenco de mi padre y las dos de varios pasteloides de mis hermanas, así se pasaban las seis, siete y ocho horas que costaba llegar a ver la familia en Navidad, verano y demás fiestas de guardar. Un año, y otro, y otro más, hasta que uno superaba la pubertad. Y venga a repetir. Y venga a sabérselo todo de memoria, y a querer sacarse los oídos, tímpanos, cócleas y trompas de Eustaquio incluídas, de tanto en tanto.
De todas las canciones de esas cintas de varios que conservo en la memoria, para bien o para fatal, la única de la que nunca me he cansado, junto con esa de Mike Oldfield de cuyo nombre no quiero acordarme, y alguna más que ahora no recuerdo —o no quiero confesar, por miedo a despertar a la bicha—, es el temón pastelón, pero rockero a muerte, romántico pero cañero, del enorme, en todos los sentidos, Meat Loaf.
Lo bueno, y bonito, es que esto también atañe a mis hermanos, y todos le tenemos, y tendremos siempre, un cariño muy especial a Meat Loaf y a su manía de hacerlo todo por amor, menos eso. ¡Eso! Sea lo que sea a lo que se refiera… Todas las familias tienen sus himnos, que van cambiando y creciendo según avanza el tiempo, y en la mía, sin duda, uno de esos himnos que nunca pasarán es esta canción.
Segundo movimiento: Grandes Éxitos del Rock.
Este segundo movimiento es algunos años después, ya bien entrados los noventa. Mis padres me regalaron un CD de Grandes Éxitos del Rock, del que me acuerdo especialmente bien. En la era preinternet, estos discos recopilatorios, cuando eran buenos, eran una maravilla que te abrían la mente y los oídos a música que, de otra forma, hubiera sido muy difícil conocer. Y este doble CD, del que quizá ROC se acuerde, era una maravilla que comenzaba, además, con ese mastodonte musical que es el Bat out of Hell del amigo Cacho Carne.
Es aquí cuando até cabos por fin e identifiqué de quien venía esa canción que siempre volvía a mi cabeza, que había escuchado hasta la saciedad, pero que seguía produciendo el mismo efecto revitalizador nostálgico en mí. Y até cabos, porque no era posible que fuera otro, con esa energía, ese vozarrón y ese rugir trasero de guitarras y repicar de pianos tan de Meat Loaf (o del compositor de ambas, Jim Steinman, que como curiosidad, también compuso Total Eclipse of the Heart, de Bonny “Necesito un héroe a la de ya” Tyler, entre otras).
Es un movimiento especial, porque ese disco me hizo entrar de lleno en el rock de los setenta e hizo empezar a ROC su serie de cintas de clásicos del rock de todas las eras, de las que perdí la cuenta en la veintitrés o la veinticuatro; no sé por dónde lo dejó, pero intuyo que nunca, y que todavía sigue confeccionándolas, metido en su refugio subterráneo, riéndose a carcajadas malignas cual conde Mácula, cada vez que termina una nueva. La cosa es que el disco era un discazo, con canciones de Neil Young, Blue Oyster Cult, Black Sabbath, Deep Purple, T-Rex, Midnight Oil, entre otros. Y que encima abría con el murciélago del infierno. Una pasada, un acierto total de mis padres, nada aficionados a estas músicas, por cierto.
Para mí, este disco es un talismán iniciático, un punto de partida, el pistoletazo de salida a un nueva curiosidad musical, que propició, precisamente, el temazo de Meat Loaf. Y que prosiguió e inflamó ROC, todo sea dicho, con esa cintas benditas.
Tercer movimiento: Do you really like Meat Loaf?
Boston, verano del 99 (ya suena casi a tiempos mitológicos). Pocos años después. Recién terminada la selectividad, nos mandan a Borja y a mí (vaya usted a saber por qué nos mandaron a nosotros dos juntos, cosas de las madres), a un curso de Inglés en la universidad de Tufts, a las afueras —muy a las afueras— de Boston. La perspectiva tampoco era mala: un mes en los estates, “aprendiendo inglés”, a nuestra puta bola.
Cuando llegamos, la realidad era aún mejor de lo que esperábamos. Una residencia universitaria, mixta, totalmente mixta, toda llena de estudiantes de todos los países del mundo. Flipamos. Había como seis monitores para todo el Miller Hall, todos pocos años mayores que nosotros, estudiantes de la uni, que más que vigilar, estaban encantados de tenernos allí y aprender idiomas, entre otras cosas divertidas que se nos ocurrió perpetrar en esas escasas cuatro semanas. Desde el segundo día que descubrimos que allí nadie nos obligaba a levantarnos pronto o ir a clase, decidimos dedicarnos a vivir, a beber, y a liarnos los unos con las otras y las unas con los otros.

Antes no era tan molón, lo renovaron en 2018, pero os hacéis una idea…
Habría mucho que contar de este mes paradisíaco que nos regaló la ingenuidad materna, pero la historia que nos ocupa tiene que ver con un concierto al que nos llevaron un par de monitoras a algunos de nosotros. Digo algunos, porque la gente con la que compartíamos residencia y curso era poco de moverse. Ahora suena difícil de creer, pero entonces mucha gente viajaba a USA con la idea de las películas de los ochenta, y ese Nueva York indómito y siempre peligroso, donde la vida no valía ni un penique. Con lo que, si no había autobús de por medio, éramos pocos los que nos apuntábamos a los planes. Aunque eso cambió un poco según avanzó el curso y la gente se dio cuenta de que no iba a montarse un “John Maclane en Navidad” en su próximo viaje en metro. El grupo básico éramos cinco, siempre con las dos monitoras de las que nos hicimos colegas, una hawaiana divertidísima, que quería darle turuleque a nuestro querido Borja, y una coreana-americana, guapa como ella sola y un descojone de tía. Nikki se llamaba.
Recuerdo muy bien ese día. Un planazo. Conciertazo en un parque al lado del mar, sol, la brisa marina que sube y que baja debajo del mar, con todo el mundo tomando sus cervecitas; incluidos nosotros, y eso que no éramos todavía legales para beber, pero las monitoras se lo pasaban por el forro, fortunately. Hubo varios grupos, de estilos muy del rollo de lo que se llamó entonces Rock Universitario, del tipo Spin Doctors o Ugly Kid Joe. Todos desconocidos, o bueno, conocidos localmente, pero eso, de rollazo, todo el mundo de fiesta, veranito, la tarde cayendo al filo del agua; lo dicho, un planazo.
Y en una de estas, ya de noche, sentados, yo hablando con esta tía, justo me estaba preguntando que me gustaba de música. Yo le dije algunos grupos de los setenta, más por tirarme el pisto que por conocerlos de verdad entonces, tipo Led Zeppelin, Deep Purple, Black Sabbath y tal; como veis, todos sacados del mismo disco recopilatorio. Ella me decía que si alguno más actual. Yo que sí, eso, mencioné a los Ugly Kid Joe, le dije que grupos españoles de rock, algo de punk; lo poco que conocía entonces. Me dijo que le tendría que poner algo en Español, que le molaba como sonaba y tal, y justo en ese momento empieza a sonar la primera canción conocida de todo el día. Y, justo, justísimo, era una de las pocas que yo conocía de Meat Loaf, una versión de Dead Ringer for Love, nada más y nada menos; la que canta con Cher, ahí es nada.
Yo dije: —Anda, esto es de Meat Loaf
Y Nikki dijo: —¿Meat Loaf?
Y yo: —Sí, ¿lo conoces?
Y Nikki, con la misma cara mezcla de incredulidad y cachondeo que ponía siempre que sacaba su deliciosa sorna a pasear: —¿Te gusta Meat Loaf?
Y yo: —Me encanta Meat Loaf —dije, no tan convencido como al principio.
Y Nikki: —¿Te gusta el “fucking” Meat Loaf?
Y yo: —Sí, ¿qué pasa?
Y Nikki: —¿Qué edad tienes, sesenta años?
Estuvo descojonándose un rato de mí, aunque reconoció que también le gustaban algunas canciones, pero que eran como cosas de su padre, que a su tío le gustaba Meat Loaf, y, al tiempo que se reía, me miraba con ese mirar que ponen a veces esas gentes que pertenecen a sociedades más desarrolladas o modernas, al menos en ciertas parcelas concretas, que te hacen sentir un poco como si acabarás de salir de la selva.
Me tuvo con la broma de Meat Loaf, de que sí me gustaba cenar sopa, de si quería ir a darle de comer a las palomas y ese tipo de cosas, hasta el final del puto mes. Lo bueno es que eso nos acercó más, mucho más. Eso sí, nunca me quité de encima ese sentimiento de pueblerino que tuve al declarar mi amor por el gran hombre que acabamos de despedir hace solo un par de días.
Y es verdad que este “incidente”, me hizo ser mucho más cauto en mi vida a la hora de declarar mi amor por Meat Loaf y su power rock romanticón. Cosa que me ha durado hasta hace no mucho, la verdad, hasta que me he encontrado con otros fanáticos y me han quitado esa sensación un poco de viejales o romántico de más, solo por que me guste decir aquello de que lo haría todo por amor, menos eso, menos dejar que me hagas de vientre en el pecho.
Y para culminar con lo romántico, el bonus de este post, corto en canciones, pero rico en historias, You Took The Words Right Out Of My Mouth (Hot Summer Night), que, como su sobrenombre indica, está inspirada en la obra del bardo de Strattford, y empieza con unos versos de esa, su obra más extraña.
He querido hacerle un homenaje a Meat Loaf —y a la gran pérdida que supone no tenerle más en este mundo, para el propio mundo, el universo hiperuranio, otras realidades por descubrir y visitar, pero, sobre todo, para mí—, mostrando lo increíble que eran sus canciones, no en lo musical, que también, sino en las emociones que son capaces de provocar, en esa adherencia imborrable, pero nada cargante, que tiene su voz, y su persona, esa persona enorme, inconmesurable, fácil, muy fácil de recordar. Y en la cercanía que genera, algo raro en una estrella de ese calibre, pero algo tenía que te caía bien, te parecía un tipo afable, bonachón; quizá fuera cosa de su personalidad particular, alejada de la vida de un famoso, más bien discreta, acorde con esa fobia social que declaraba sufrir.
Un homenaje a la importancia que han tenido en mi vida alguna de sus canciones, aunque estas cosas solo sepamos verlas cuando el tiempo ha pasado y sentimos lo mucho que pesan las ausencias, por muy lejanas que estas puedan parecer.
Esté todavía por aquí, o se haya mimetizado con lo todo lo bueno, bonito y bello de este mundo, te recordaremos. Haremos lo imposible por recordarte. No será difícil. Lo difícil ha sido siempre olvidarte.
MIGS