LXXXV – King Gizzard and the Lizard Wizard
No sé por qué estos tíos no han aparecido antes. La verdad es que no tengo ni idea. No me lo explico. Son, con poca posibilidad de crítica, uno de los mejores, últimos, únicos, más divertidos eventos musicales de la década. Una maravilla. Un lunar benigno en el lugar adecuado, en el momento preciso, en el último planeta que aún resiste a las hordas de la modernidad atolondrada. Modernidad, sí, pero con criterio. A Rosalía, y al trap, y a todo lo que pueda ocurrírsele después a quien quiere que todo esté al alcance de cualquiera, hasta el arte y las versiones más diluidas del intelecto y la fricción mental, yo les opongo a estos australianos sin fe, ni Dios, ni un asomo de sobriedad o marketing. Ojito a la serpiente de cascabel, que empezamos fuerte…
Joder, joder, joder, joder. Eso es todo lo que alcanzaba a decir cuando me puse a escuchar a estos colegas. Eso, y buscando como un loco la fecha en que habían publicado sus discos. Setentas, seguro. Ochentas tempranos, como tarde. Y una mierda. De 2010 es el primero. Vale, hay ejemplos de todo tipo en este mundo, está claro, y en música, como en tantos otros aspectos de la vida, nos va mucho lo de volver al pasado, rescatarlo y darle una vuelta para adaptarlo a los nuevos tiempos. Sí, no es tan raro, coño, ya lo sé, pero sí que es raro hacerlo tan bien y con tanta personalidad. Metiendo tanto y tan variado. Atreviéndose, a pesar de todo, con canciones de dieciséis minutos, si hace falta, cambio de estilos y locuras varias, que se agradecen en este mundo en el que la homogeneidad parecer ser una imposición del éxito, si no una necesidad para poder extraerle algo de parné al arte de cada uno.
Prolíficos desde las antípodas. Formados en 2010, han sacado 14 albums desde entonces, ¡y cinco de ellos en 2017! Se marcaron ese reto y ahí los tenéis, dejándose cinco discos en un solo año, y buenos, que es lo mejor de todo, jodidamente buenos. Lo de tener su propio sello sin duda ayudó mucho, no creo que ninguna disquera en su sano juicio sacara hoy más de un disco al año del mismo grupo, menos tratándose de algo como esto. Que no nos engañe su psicodelia actualizada, o esos saltos que dan de estilo a estilo, como ratas infestándolo todo, tocándolo todo, probándolo todo, los tíos en Australia son casi una religión, que trasciende lo musical, siendo protagonistas de muchos memes y parte hoy de la cultura online del país, en gran medida gracias a la locura —o no— de sus videos, la estética de sus portadas y la suya propia. Mola, porque cambian, aunque manteniendo un estilo; se atreven con casi todo, y los tíos lo hacen bien, pasándoselo bien, o eso parece, y manteniendo la misma formación desde el principio; algo que supongo que ayuda a seguir esa línea creativa tan libre y decidida. Y ahora a darle caña, que todo el último disco es caña, caña de la buena, de la fresquita y con altramuces.
La cosa es que los conocí casi al tiempo en que conocí a sus compatriotas The Drones, y creo recordar que en su momento estuve dudando a quién meter en estas pajas. Bendita espera. Bendito espacio y tiempo que me ha permitido colarme más y más en los colores derramados de los muy psicodélicos, los más valientes, los algo locos, supongo, porque no les he podido ver en directo nunca. Digo valientes, porque hay que tener huevos para ganarse la vida haciendo esto. Algo pasado, algo nuevo, algo que cambia y que evoluciona. Se agradece mucho que haya quien tenga los arrestos suficientes para imponer un poco de gusto, algo de quemazón hedonista y un mucho de saber hacer, estar, dejarse vivir, enseñar a vivir, y a tocar, y a beber, y encontrarse por encima de las líneas sobrias que obligan a cumplir con la vida grisácea.
Hace poco una amiga, gran melómana, mucho más que yo, me envió un video de un concierto al que acaba de ir, sin conocer a los protagonistas del evento, y justo me encuentro con que estaba con estos lagartos incansables, y yo en casa, a miles de kilómetros, sin haberme enterado de nada. La rabia que me dio fue infinita, rabia y pena, el ruido y la furia, y así me dura, porque no los he visto nunca. Como infinita, me durará hasta que vuelva a tener la oportunidad de verles, quizá más. Y es que tienen que ser divertidos como pocos en concierto. Aunque solo sea por la variedad o por las putas ganas que le ponen. Y por lo raro, lo desviado de algunas de sus canciones, que siempre tienen ese algo raro, fuera de lo común, aunque familiar, como si sacarán sus formas atávicas de un registro acásico anterior a las fórmulas que lo cambiaron. Y con esto, me refiero casi siempre a los setenta, porque esa es la década en que la música popular cristalizó en unos cimientos que ya no se moverían, que quizá nunca se moverán. Cosas raras, pero divertidas, locas, experimentos y tonterías experimentales.
Hay un grupo español reciente de nombre también resonante y confuso, con influencias trianeras, que pasará por estas páginas pronto, que cita a estos monstruos de lo creativo como una de sus principales influencias. Y si nos metemos en su discografía, que tiene muy, pero que muy poco desperdicio —sorprendentemente poco—, creo que la influencia es bien palpable. Sobre todo si nos vamos a eso del 2012, a su primer disco.
Si me tengo que quedar con un disco, me quedo con Nonagon Infinity, de 2016, pero ese primero 12 Bar bruise también me gusta mucho. Y lo he dicho, tienen poco desperdicio en sus discos, y eso que saben ponerse raritos, como todos los buenos. Como ejemplo, un par de cosas menos plácidas.
(yo creo que esta le va a molar a ROC, especialmente)
Merece la pena ponerse con ellos, del primer al último disco. El último, por cierto, un discazo con mucha tralla, muy a su estilo, pero bastante metalero, divertido como suelen ser todos, rompiendo con su pasado con mucha inquina. De hecho, sorprende bastante, canciones como Organ Farmer o Venusian 1 y 2 se cruzan el océano para convertirse prácticamente en otra banda distinta. Mola. De estos tíos mola todo, ya lo veréis. Para mí, imprescindibles hoy, pero también mañana, y hace años, décadas, ¿eones?, porque alguien diría que estos tarados, en la mejor de las acepciones de la palabra, y también en alguna de las peores, han estado existiendo siempre, transmutándose a través de los siglos, dejándose llevar por unos cuantos cientos de vidas para acabar confluyendo en esta experiencia teriantrópica que esperamos disfrutar pronto en directo. Juntos, como han de disfrutarse las cosas buenas; juntos y, a poder ser, con el intelecto algo desvanecido.