LXXXVIII – ¿Y quién demonios es Townes Van Zandt?
Un genio. Un descubrimiento. Un demonio. Un alcohólico por vocación. Un ser especial. Un loco. Un músico excelente. Un letrista sublime. Un poeta. Una persona atormentada. Un demente. Un ser humano, mucho más humano de lo que muchos llegaremos nunca a ser. Se pueden decir muchas cosas de Townes Van Zandt, porque el andoba era todo un personaje, en lo bueno y en lo malo, pero nunca se podrá decir que no vivió la vida siempre como quiso, incluso a pesar suyo, si es que tiene sentido decir algo así.
No todas las músicas o músicos nos entran a la primera. No todo lo bueno nos golpea de la misma forma y en el mismo momento. Yo soy de los que piensa que la verdadera belleza no suele llegar de forma inmediata, rápida, en un vistazo o una escucha; puede hacerlo, en rarísimas y gloriosas situaciones, pero son tan poco habituales como inesperadas y preciosas. Lo que nos cuesta, algo, un poco, mucho, muchísimo, suele dejar una huella mayor, y es ahí, en lo oscuro y recóndito, bajo los pliegues de lo obvio, de la rutina y de una realidad casi siempre plana, que surge lo verdaderamente bello. En lo que a la música —y al arte en general— se refiere, cuántas no habrán sido las canciones y artistas que nos han pasado desapercibidos o que incluso nos han generado rechazo en una primera escucha, pero que, luego, con el tiempo, en otro momento, con otros oídos, otros escenarios y estados de ánimo, han roto las defensas y han calado hondo. A mí me pasó algo así con Townes.
Este texano de nacimiento, hijo de una buena familia con tierras y petróleo, fue desde bien pequeño la oveja negra, el rebelde, el inconformista, algo que le costó años de tratamiento e internamiento psiquiátrico por unos padres algo desesperados por ciertas tendencias del hijo díscolo, dado a la música y a la juerga que con ella camina indisoluble. En una de las biografías que me he leído, la que más me ha gustado, por lo personal y lo humana —y lo cercana, porque la escribe su manager durante casi toda su carrera, y uno de sus amigos más próximos—, hablan de un trastorno bipolar que, parece, pudiera haberle ya afectado desde su juventud. De estos años, y por culpa de una terapia brutal y excesiva de electroshock, el bueno de Townes sacó parte de su personalidad torturada y la pérdida de toda memoria previa a la adolescencia.
Y es que algo que rezuma su música, y sus letras, sobre todo sus letras, es esa emoción única, profunda, sórdida y dolorosa, nostálgica, y por eso esperanzadora también, luminosa dentro de las sombras que habitan y que él habitaba, sometido a su alcoholismo galopante y a esos problemas mentales nunca resueltos. De él dijo Steve Earle, otros de los grandes de este subgénero del Outlaw Country en el que se les encuadra a los dos —y que os sonará, además, por hacer un pequeño papel en The Wire—: “Townes Van Zandt es el mejor escritor de canciones del mundo, y me plantaré sobre la mesa de café de Bob Dylan con mis botas de vaquero para decirlo.”
Como suele ser habitual en estos géneros musicales, no todas las canciones que tocaba y que se incluyeron en sus muchos discos eran escritas por él, pero sí que fue un escritor prolífico y de una calidad fácil de apreciar por cualquiera si nos paramos un poquito a entender sus letras y las historias que cuenta en ellas. Como este famosísimo Poncho y Lefty, que se hizo conocido más por la interpretación de otros gigantes del country, pero que en voz y manos de su autor tiene una profundidad y un sentido que te desarma y te transporta, te transforma y te libera, te quita cargas y suaviza las asperezas de la realidad. Es un bálsamo escucharle. Es una tranquilidad. Esa forma de narrar y de romper, sobre todo si le ves hacerlo, con esa fragilidad real, porque el tío se castigó el cuerpo durante toda su vida, hasta, literal y desafortunadamente, matarse. Vivió, como quiso, sin plegarse a casi nada y a casi nadie, siempre al pie de su música, y eso es a todo lo que un ser humano, y un músico, debería aspirar.
La única pena, quizá, y digo quizá, porque tampoco estoy seguro de ello, pero la única pena para su memoria, su trabajo y su legado es que Townes Van Zandt no alcanzará verdadera fama en vida. En el mundillo y en el género la tuvo, y los más grandes no solo le admiraban sino que recurrieron a muchas de sus canciones para levantar sus discos, pero todo ese respeto y esa leyenda que ya se gestaba en torno a él nunca se tradujo en verdaderos beneficios económicos y Townes vivió siempre un poco al límite, como le gustaba, girando siempre que podía, física y emocionalmente, y haciendo lo que un músico tiene que hacer, que es tocar en directo. Es cierto que algunas de las mejores oportunidades que tuvo se esfumaron por culpa de su condición física y mental, y que, por lo que he leído y visto en documentales sobre él, nunca sufrió por ello, pero da rabia, cuando le conoces y te metes dentro de lo que fue y todo lo que hizo, ver que no logró convertirse en uno de los más grandes para el gran público, cuando en realidad lo fue, y con todas las de la ley. Puede que sea mejor así, que no sea una pena, que sea una celebración a cómo fue él y a cómo vivió. Quizá…
Sé que la música country tiene muchos detractores. Es un género musical amplísimo —Nashville es, junto con Nueva York y Los Ángeles, uno de los epicentros de la industria musical americana—, con una historia brutal que se entremezcla con el folk americano y del que, como todo género, hay cosas buenas, malas, cosas infumables, pero mucho, muchísimo bueno también. Como estos outlaws, entre los que se incluyen nombres conocidísimos como los de Willie Nelson, Mearle Haggard, Kris Kristofferson o el mismo Johnny Cash, además de otros quizá menos conocidos, pero tan brillantes o más que estos, como el gran amigo de Townes, Guy Clark. Espero que haya ocasión de hablar de él pronto, porque el tipo también merece mucho la pena.
Como todo gran músico de pura raza y necesitado siempre de dólares extra, Townes Van Zandt grabó y sacó un montón de discos, y gran cantidad de ellos han sido editados póstumamente, en base a grabaciones que dejó hechas o a grabaciones de sus directos que, como cuentan en el libro mencionado, su manager hacía de forma rutinaria, sabiendo que de allí siempre sacarían buen material. Conocerle es fácil, comprenderle creo que también, y sentir con él y cómo él gracias a su música y sus letras es algo que te sale de forma natural, pero llegar a conocer lo enorme de su obra me va a llevar todavía algunos años más.
Espero que está pequeña selección de canciones, algunas de mis favoritas, os animen a conocer más a este gigante oculto de la música estadounidense. Y espero también que, a través de Townes, os animéis a conocer aún más el mundo del country y lo lo bueno que de él se desprende; si es así, no os perdáis el documental Heartworn Highways, del que os he colgado algunos pedazos musicales, por cierto. Que sirva también de gancho para ese viaje que tenemos pendiente, para fijar algunas paradas más en nuestra ruta soñada, haciendo de ella una experiencia un poco más “townsiana”.
Os dejo una playlist que he preparado con mis favoritas, por ahora. Espero que la disfrutéis.
MIGS
Álvaro Alonso
Hola, Miguel. Durante muchos años investigué la figura de Townes Van Zandt. Por fin publiqué mi libro “Townes Van Zandt. La eternidad en una canción” (Sílex, 2021). Todavía se encuentra algún ejemplar aunque ya quedan pocos. Me encanta encontrar almas afines. Un saludo. Y enhorabuena por el artículo.
Álvaro Alonso.
Migs
Hola, Álvaro:
Muchas gracias por tu comentario. La verdad es que es un placer descubrir a más gente que conoce y que disfruta de Townes y su música. Decirte que ya he comprado tu libro, y estoy deseando leerlo. Como dices, siempre es una alegría encontrar almas afines.
Un abrazo,
Miguel
Anartz
Vaya, la segunda vez que leo este artículo y descubro algo más, Álvaro, acabo de pedir tu libro, el de Gene Clark me maravilló.
Miguel, estupendo trabajo. Muchas gracias.
Un abrazo y gracias a los dos.
Anartz.
Migs
Muchas gracias, Anartz, un placer que lo leas y una alegría que te haya gustado. El libro de Álvaro es una maravilla. Más que recomendable.
Abrazo y, de nuevo, gracias por tu comentario.
Anartz
Oye una duda, en la casa del afroamericano (quería poner negro pero…) es donde se cargan a Blaze?
Migs
Pues creo que sí, porque el negro (que nadie es peor por ser negro, o blanco, o color violeta) es Concho January, y fue su hijo, Carey, el que disparó a Blaze por error o en defensa propia, supuestamente. Me suena que en el documental lo cuentan también. Hay una película escrita y dirigida por Ethan Hawke, Blaze se llama, claro, que cuenta su historia. No la he visto pero la tengo pendiente.
Muy buen ojo tienes.
De nuevo, gracias por leer y por los tan bien atinados comentarios.