LXXX – La Casa del Sol Naciente
Ochenta pajas ya, ¡qué barbaridad! Cuando empezamos esto por email, nunca se nos ocurrió pensar que llegaríamos tan lejos. A mí no, al menos. Es verdad que el ritmo ha bajado un poco en ciertas épocas, culpa mía en parte; estaba algo frustrado con eso de tenerlo en una red moribunda, como han hecho de Tumblr. Pero me he puesto otra vez las pilas y pienso seguir dándole caña y chicha al asunto. ¡Por muchas, muchas, muchas pajas más!
Y para la octogésima paja, algo especial. No digo que no sean todas especiales, lo son, pero en esta ocasión, en vez de centrarla en un artista, género o serie de canciones, voy a centrarme en una sola canción. Está claro por el título de que va el tema. Ya lo avisé en mi última paja, y voy a cumplir con lo prometido.
En esta paja hablaba de Dave van Ronk y de su libro “The Mayor of Macdougal Street”, y en su recorrido por la historia de la música Folk en Nueva York hasta el gran “revival” de los sesenta, le da tiempo a contar anécdotas de todo tipo. La anécdota sobre The House of the Rising Sun es la que más me chocó, quizá porque es de las pocas cosas que conocía un poco en primera persona. La canción, quería decir, no la anécdota. Aunque sí que había oído hablar algo de ello, mucho antes de saber quién era Dave van Ronk. No sé quién me lo contaría o dónde lo leería, pero la verdad es que cuando me encontré con ella en el libro, dije: “anda, coño, si no me lo había inventado”.
Cuando escucho The House of the Rising Sun, inevitablemente pienso en Eric Burdon y The Animals. ¿Cómo no? Es la versión por antonomasia. La única que la gran mayoría hemos escuchado y la que siempre se escucha, en esas contadísimas ocasiones que uno se la encuentra en los bares; los pocos que aún se atreven a poner música de todo tipo y toda época. Es la típica canción, por cierto, perfecta para los programas de historia de la música popular que se hacen en televisión. Es un referente de una época. Ya no solo por la canción en sí, sino por la interpretación de los de Burdon, y las pintas sesenteras que se gastan en ese video mítico, igual de sesentero que ellos, sus trajes de pimpollo y sus flequillitos.
Y como tantas otras veces en la historia de la música, quien hace famosa una canción —y se hace a sí mismo famoso con ella—, no es necesariamente su autor. Que se lo digan a las legiones de artistas fotocopia de hoy, productos de marketing bien diseñados y nutridos con todo tipo de creaciones musicales, que ni les van ni les vienen. Pero la realidad es que siempre ha sido así. Uno componía, interpretaba o no, y los músicos que venían después reinterpretaban lo que el primero había hecho. Esa es la esencia de la música. O solía serlo, antes de volvernos locos con los derechos y el copyright. Y en lo que a música folk se refiere, esta transmisión es mucho más importante.
La música folk, y esto es algo que también dice Van Ronk, tiene implícito ese sentido popular, esa esencia de transferencia oral, en su propia razón de existir. Toda la música debe ser creada para ser de todos, todo el arte, pero sobre en el caso del folk, eso es una máxima indivisible de su identidad. Con esto no quiero decir que haya que hacerlo gratis; los artistas tienen que comer. Aunque si digo que podríamos ser un poco menos peseteros en lo que a la cultura se refiere, ganaríamos todos mucho más; y no hablo solo de dinero.
Al lío. The House of the Rising Sun es una canción popular del folk estadounidense, una de las más antiguas, por lo que se dice. Es la típica canción extendida por todo Estados Unidos, cuya autoría se pierde, como se suele decir, en las brumas del tiempo. A priori, se puede pensar que al menos su origen está claro, la propia letra te lo dice nada más empezar: “Hay una casa en Nueva Orleans…”. Pero no todo es lo que parece. Es bastante probable que la canción, aún teniendo un foco común, se extendiera y su letra fuera modificada, un poco a gusto de los distintos intérpretes. Algo muy habitual en la música folk. Hoy en día casi nadie recuerda otras versiones, pero en tiempos debió haber tantas como músicos la tocaban, y no todas hablaban de Nueva Orleans. Ah, y un dato importante, en muchas de ellas, el género de la canción era femenino, qué curioso… En el libro se cuenta un poco esta historia, a grandes rasgos, aunque con un final algo distinto, que luego comentaremos.
La razón por la que Van Ronk nos cuenta esta historia tiene que ver con Bob Dylan. Él, Dave Van Ronk, tenía su propia versión de The House of The Rising Sun, con arreglos suyos y una interpretación vocal totalmente original, como le acostumbraba. La letra creo que no la modificó, pero el resto lo adaptó a su forma de tocar y cantar. Era una canción bastante popular en su repertorio y por aquellos tempranos años sesenta, la gente solía pedírsela cuando actuaba. Bobby, como se conoce a Dylan en el libro, llevaba menos de un año en el Village cuando, gracias a una buena crítica en el New York Times, le llegó la oportunidad de grabar su primer álbum con Columbia. Ese que se llama “Dylan”, y en el que sale él en la portada, con cara de angelito y vestido con una especie de atuendo marinero-folk. Se cuenta en el libro que Bobby se mantuvo muy misterioso en torno a la grabación de este disco, hablando muy poco de todo el proceso; demasiado poco, incluso tratándose de una persona reservada como él era. La historia que nos atañe estalla poco después, justo después de haber terminado la grabación, prácticamente nada más volver del estudio. Ahí es cuando Van Ronk se entera de que Dylan había grabado la canción sin su permiso. Y se entera por el mismo Bobby, que se lo dice al volver del estudio de grabación, de una forma muy particular. La conversación debió ser más o menos como sigue:
—Ey, Dave.
—Hola, Bobby.
—¿Cómo ha ido todo?
—Bien, pero tengo una pregunta, ¿te importaría que grabara tu versión de The House of the Rising Sun para el disco?
—Eh, la verdad es que sí, me iba a meter en el estudio a grabarla en unas semanas, ¿no podrías dejarla para tu siguiente álbum?
—Oh, oh.
—Oh, oh, ¿qué?
—Que ya le he grabado.
—¡¿Qué has hecho qué?!
Por primera vez en todo el libro, Van Ronk admite haberse puesto hecho una furia. Lo define de una forma curiosa “Donald’s Duck Rage”, rabia o furia al estilo Pato Donald. La bronca se comentó durante días en todo el Greenwich Village neoyorquino, por haber sido una de las más grandes que se recordaban. Sin embargo, pocos días después, por mediación de un amigo común, hicieron las paces. Parece que lo que más calmó al autor del libro no fue ese choque de manos simbólico, sino el hecho de que la versión de Dylan le resultó especialmente mediocre. A partir de ahí, dejó de darle importancia.
Lo que Dave van Ronk no sabía es que, poco tiempo después, Bobby se convertiría en una verdadero fenómeno a nivel mundial y la gente empezaría a pedirle a él que tocara “esa canción de Dylan”. Algo que le repateaba, como es lógico. Y lo que es peor, durante años tuvo que vérselas con los fans de Dylan, que le acusaban de haberle copiado la canción y de ir mintiendo por ahí, diciendo que en realidad era suya. Conclusión, dejó de tocarla durante muchos años, creo que unos veinte, por lo menos. Y por supuesto, se cuidó mucho de volver a grabarla. Ni siquiera pensó nunca en ponerse a reclamar los derechos que le correspondían; demasiado lío para un hombre mundano como era él, demasiado peligroso enfrentarse a un gigante de la talla del Dylan post Freewheelin. Lo bonito es lo que pasó después.
Poco tiempo más tarde, la versión de Dylan la cogieron The Animals para grabar la suya, y su interpretación, como sabemos, se convirtió en un éxito a nivel mundial en muy poco tiempo. Tan grande fue ese éxito, que en un movimiento kármico, la gente empezó a pedirle a Dylan que tocara la canción de The Animals, algo que, como ya pasara con su predecesor en la interpretación, le daba cien mil patadas. Resultado, Dylan también dejó de tocarla, y esa canción pasó a ser, por siempre y para siempre, la canción de los Animals.
Dave van Ronk haría su versión a finales de los cincuenta. Bob Dylan grabó la suya hacia el 61 o 62. The Animals lanzaron la suya en el 64. Desde entonces, esa canción es suya.
A pesar de todo eso, y como es norma en el libro, uno no nota que Van Ronk guarde rencor a nadie. Es cierto que Dylan deja de ser un personaje recurrente en su vida, pero es que al lograr la fama, su vida también discurrió por otros derroteros, más estelares. La guinda de la historia es su final. Porque si, como decía, los orígenes de la canción son difusos —siempre se ha dicho que la mentada casa era un burdel y que de eso va la canción— y bien podían no estar en Nueva Orleans, el propio alcalde del Village se topó, sin pretenderlo, con una posible respuesta.
Precisamente de visita en Nueva Orleans, muchos años después, donde se encontraba actuando en algunos clubs de la ciudad, conoció a un hombre que vendía fotografías antiguas de la ciudad. En una de ellas, de pura casualidad, Van Ronk se topó con una arcada de piedra que tenía grabado con claridad un sol naciente encima. Preguntó que qué era aquello y el hombre le respondió que era la vieja cárcel para la mujeres de Nueva Orleans. Si escuchas la letra con esta nueva visión, la verdad es que encaja muy, pero que muy bien, solo tienes que cambiarle el género.
Esa cárcel sigue existiendo hoy en día, por cierto, al menos de nombre: “Orleans Parish Prison”. Aunque no he encontrado ni rastro de la mencionada arcada ni de ese cantadísimo sol naciente.